No sabía

No sabía que había tanto amor en una canción, en andar de la mano, en un beso de buenas noches, en un abrazo, en un perdón.

No sabía que había tanta magia en el coincidir, en la constancia, en ir a dormir sabiendo que al día siguiente te seguirán amando tanto o más que el día anterior.

No sabía que había tanta felicidad en una risa, en un baile, en un almuerzo, en el recordar, en el descubrir.

No sabía que había tanta complicidad en una conversación, en una caricia, en una mirada, en una noche, en dos cuerpos, en dos almas.

No sabía que había tanto amor dentro de mí antes de ti.

La Máquina de hacer recuerdos

Es increíble como el amor que sientes crece día a día a pesar que no veas a esa persona.  Extrañarlo se ha vuelto parte de mi rutina diaria cuando vuelvo a casa mientras que almacenar recuerdos lo es cuando estoy en su ciudad. Son tan pocos días para tantos momentos tan cargados de sentimientos que nacen con cada pequeño detalle y no quisiera que ninguno se me escape.

Luego de volver de cada viaje, me echo en mi cama, cierro los ojos y repaso en mi mente cada uno de esos instantes una y otra vez hasta sentirlos parte de mí. Me tomo horas, a veces días y esto sigue sin ser suficiente: cuando tienes una relación a distancia los recuerdos en ocasiones pueden llegar a mantenerte en pie y es por eso que agradezco haber grabado casi todo; desde sus sonrisas y la dulzura con la que me mira cuando me escucha reír, como si viera a una niña hacer una travesura y él decidiera ser su cómplice; o la voz tierna con la que me habla que incluso a través del teléfono puedo verlo sonreír; hasta la fuerza con la que me abraza, como si intentara hacerme entrar en su piel, sé que en cada uno de sus abrazos está el «no te vayas» que me quiere pedir.
Tengo otros recuerdos un poco más difíciles de memorizar, como la mezcla de olores dulces y secos de su cama que desearía que se impregnaran por más tiempo en mi ropa. Pienso en eso y lamento que la única falla de los olores sea que sólo cuando vuelves a olerlos evocas sus recuerdos.
Hay, además, pequeñas acciones que he guardado por la facilidad con la que me hacen estremecer: su abrazo cuando vamos en moto que termina con su mano sujetando mi cadera, como si sintiera (y supiera) que cada parte de mi cuerpo es suya también o la suavidad con la que mueve sus dedos para con ellos retirarme los rulos de la cara, o cada una de sus atenciones, el tiempo que me dedica, esas pequeñas y grandes cosas que me regala, no por lo que son ni lo que valen sino por lo que significan, el cariño con el que me cuida y su desmedida y desinteresada forma de engreírme. Cada uno de estos gestos me dicen sin hablar cuánto me quiere y cómo cada pequeño detalle de lo nuestro es importante para él también.
Repasar y detenerme en cada uno de estos momentos despiertan en mí nuevamente lo que siento cuando estamos juntos: una combinación de felicidad inconmensurable por sentir que la persona que amas te ama también más la tranquilidad que te da el saberlo.

Fragmentos

– No sabía que tenías una biografía
+ ¿Te gustó?
– Si, viví cada momento me hiciste sonreír.
+ Oh, castorcito. ¿Quieres hablar?
– No
+ ¿Quieres fingir que nada pasó o quieres tomarte un tiempo para pensar?
– Los dos
+ No se puede, o fingimos que nada pasó y no tienes nada que pensar o te tomas el tiempo para pensar en lo que pasó.
– No sé
+ A mí tb me pasa. Las veces que yo he pensado en que debía dejar esto no han sido porque no te quiera, han sido porque me da pánico, me da pánico la forma en la que te estoy queriendo y me da pánico perderte o que me lastimen pero no porque no te quiera. Es fácil estar en una relación fácil, donde no hay complicaciones, pero ahí uno solo está pasando el momento, cuando hay problemas todo cambia. Yo recién me he dado cuenta de lo que sentía cuando tuve miedo de que me dejaras.
– A mí me pasó algo así. Me di cuenta que estaba sintiendo cosas muy fuertes, algo muy grande
+ Tienes miedo?
– No
+ Eres feliz? Feliz conmigo?
– No
+ Entonces no tiene sentido, solo tiene sentido seguir con esto si…
– Me llega al pincho tener esta conversación por teléfono
+ Si no eres feliz no lo quiero…
– Me jode tener que hablar de esto por teléfono
+ ¿Quieres que vaya a verte el 25 si es que puedes?
– No deberías de venir tú, debería de ir yo, no deberías…
+ Pero tú familia está allá
– Pero estaré con ellos todo el 24
+ Entonces ven, necesito verte, necesitamos estar juntos, no hablaríamos de esto si estuviéramos juntos
– Sí, lo hablaríamos pero estaríamos juntos, he estado pensandolo igual, voy a tratar de ir.
+ Me imagino en este momento en tu cuarto a oscuras solo la luz que entra por la ventana, echados de costado frente a frente en tu cama, hablando en susurros sobre esto, mirándonos a los ojos.
– Sí, así debería de ser, así deberíamos hablar de esto.
+ Yo también te extraño, extraño tenerte cerca, tocarte y todo eso que hacemos en persona pero en tu voz escucho todo lo que quiero.

– Lo siento, no tengo muchas palabras, estoy un poco mudo
+ Está bien, no tienes que decir nada
– Me basta con escucharte, con saber que tú estás ahí del otro lado, sin pensar en lo qué estás pensando.

– Ya apagué la tele, estoy a oscuras y tengo el celular en la frente, tu voz llena todo el espacio, eres como mi voz de la conciencia.
+ Si es así entonces: veeen, veeen a verme aunque sea un ratito, veeen y no me dejes.
– Esta conciencia me está manipulando.
(ríen)

+ Disfruto mucho de ti
– Sí, pensé que te aburrirías antes
+ ¿Por qué?
– Porque a veces soy malo
+ Tú no eres malo, ¿cómo te querría si lo fueras? Cómo un chico que llama a la 1 am sólo para decir «quería escucharte un rato» puede ser malo?
– ¿Yo dije eso? ¿Cuándo?
+ (ríe) Hace unos días, cuando llamaste a la 1 am
– Soy un tontito.
+ Me encantas.

– Si me tomara una foto ahora y la viera mañana me sentiría un tontito
+ ¿Por qué?
– Porque siento que estoy con una cara de estúpido.

+ ¿Puedo mudarme contigo?
– ¿Cuánto tiempo?
+ Oye, eso no se pregunta!!
– Cuántos días quise decir. Creo que si hubiera estado tomando agua me hubiera atorado
+ Como el: «ni creas que la vamos a invitar cuando nos casemos.»
(ríen)

+ ¿Quieres dormir ya?
– No quiero dormir aún pero si estoy cansado, han sido días largos.
+ Entonces anda duerme.
– Quiero escucharte un rato y luego ver memes hasta dormir.
+ Yo quiero dormir contigo.
– Yo también pero eso es imposible, no deberías de pensar en eso, no va a pasar hoy.
+ Puedes usar tu imaginación.
– La uso todo el tiempo, sobre todo en las mañanas cuando despierto con ganas de…
(ríen)

*Cuelgan*

*Vuelve a llamar*
– ¿Qué pasó?
+ Esta ha sido una de mis noches favoritas
– ¿Esta? Por qué?
+ Porque me ha gustado todo lo que has dicho.
– ¿Yo? Con lo poco que he dicho?
+ Tú nunca dices mucho pero lo poco que dices es lindo y me basta.

– Estás muy romántica hoy.
+ Has dicho muchas cosas que necesitaba oír, hoy ha sido la primera vez que has dicho que estás enamorado.
– (ríe) Me siento como ese meme de Dexter que mira hacia el póster y dice «te he fallado»
+ ¿Por qué?
– Siento que me he fallado a mi yo duro, el que decía que no se iba a enamorar
+ (ríe) ya era hora

+ Siempre supe que esto pasaría entre nosotros
– ¿Cómo así?
+ No sé, por la forma en que nos mirábamos, como hablábamos, como siempre estuvimos juntos sin ninguna mala intención
– O sea que todo ha sido parte de un plan tuyo, me has hecho caer
+ Sí, desde ese día en el camarote. [leer entrada anterior: Vueltas del Universo]
– ¿Qué se siente escribir?
+ No sé, escribo porque me gusta leerlo, me hace recordar.
– Yo nunca lo he hecho.
+ Es porque a nosotras nos enseñan desde pequeñas, nos regalan los diarios para escribir nuestra vida.
– Eso es parte de una estrategia para que luego tu mamá te lo lea.
+ ¡A mí me lo hizo!
– A mi hermana también.
(ríen)

– Me gusta escucharte así
+ ¿Así como? ¿Feliz?
– Sí
+ ¿Me escuchas la sonrisa cuando hablo?
– Sí
+ Yo también te la escucho a ti
– No sabía que también tenía ese súper poder.
+ Sí, me encanta, me ayuda a recordar tu sonrisa de tontito con chaleco
– Te escucho la sonrisa también en la respiración.
+ Me falta descubrir esa en ti.
– En verdad me gusta escucharte así, odio odio escucharte llorar
+ Todo va a estar bien, son cosas que pasan. Juntos todo va a estar bien.

Vueltas del universo

Llevo diez años conociéndolo. Lo había visto muchas veces: solía abrirme la puerta, saludar y sonreír, con esa media sonrisa que no muestra muy seguido y que siempre me ha gustado. La mayoría de veces subía y se encerraba en su cuarto a tocar guitarra por horas, luego se duchaba mientras cantaba para después irse con sus amigos y yo no volvía a verlo más; unas pocas, en cambio, se quedaba abajo y compartíamos la tv, cigarros y risas. Nunca solos, siempre acompañados.

No recuerdo bien por qué pero un día eso cambió. Todos se fueron y nos dejaron en esa habitación, sólo éramos él y yo a los 15 y 14 años, echados uno junto al otro en la cama baja del camarote. Le hablaba sin prestar mucha atención a lo que decía porque mi mente no dejaba de alucinar con cómo sería besarnos en ese momento. Tampoco me atrevía a mirarlo a los ojos por miedo a que se dé cuenta todo lo que estaba pasando por mi cabeza. Siempre he creído que los pensamientos pueden trasmitirse a través de la mirada.

Por casi cuatro años pensé que sólo era yo, que no había más, que esa media sonrisa era normal y que lo que veía cuando me miraba seguramente aparecía cuando miraba a cualquier chica. Durante ese tiempo decidí disfrutar de su compañía, de sus conversaciones interminables sobre películas, de escucharlo tocar la guitarra, la batería, el cajón o lo que fuera y de los mil cigarros hablando sobre la vida, la universidad, el futuro, los chicos y casi nada – gracias a su reserva – de las chicas. No tuve que hacer mucho esfuerzo para que lo nuestro fluyera como una amistad, los momentos en los que estábamos solos, que eran pocos pero que cada vez eran más frecuentes, eran de verdad interesantes y divertidos, pero sobre todo, inocentes. Y así tenían que ser, hacer algo más podría hacerme perder dos cosas: a él y sobre todo, a su hermana, mi mejor amiga.

No fue hasta el verano del 2011 que lo que había alucinado tanto tiempo al fin sucedió. Era un sábado de febrero, su hermana y yo fuimos juntas al luao de Huanchaco y él también estuvo ahí. Nos sentamos todos en la misma mesa hasta que ella nos dejó para irse a bailar. Otra vez éramos sólo él y yo aunque esta vez habían varias cervezas sobre la mesa. Hablamos como siempre, riéndonos de todo y tomamos hasta que el trago le permitió al rockerito olvidar que odiaba la pachanga y salimos a bailar. Estábamos en  medio de tanta gente y sin embargo, estábamos solos él y yo pero esta vez era diferente. Nunca había tenido sus ojos sobre mí tanto tiempo, ni sentido su respiración tan cerca. En cuatro años nunca le había tocado la mano y ahora lo tenía ahí, su boca a menos de un paso, sintiendo de rato en rato su respiración en mi cuello mientras él bailaba para mí la música que odiaba y que yo no paraba de cantarle al oído. Lo miraba a los ojos nerviosa sabiendo que veía en los míos lo que yo pensaba y sin darme cuenta estábamos besándonos mientras yo sonreía, temblaba y me quedaba sin aliento. Nunca un beso que quisiera tanto había tardado tanto tiempo. Nuestra fiesta transcurrió entre besos, cigarros, sonrisas, cervezas y más besos y terminó abrazados en la orilla de la playa viendo el amanecer.

A estos besos le siguieron unos cuantos más siempre fugaces, divertidos, casuales y sobre todo secretos por casi seis años. Ninguna promesa podía acompañarlos. Él era el hermano de mi mejor amiga, la que sabía todo de mí, yo era la mejor amiga de su hermana, a la que no podía tocar ni lastimar. En el transcurso de estos seis años él estuvo en Colombia, volvió, pasó de Trujillo a Chiclayo, de regreso a Trujillo y luego a Piura. Sorprendentemente, por cosas de la vida el trabajo me obliga a mudarme a Piura y es así que estoy de nuevo invadiendo su casa, escuchándolo cantar mientras se ducha, riendo horas en su cocina con su familia y volvemos a ser los amigos de antes, los de las conversaciones sobre cine, música, futuro, chicos y no chicas, porque sigue siendo el mismo reservado de siempre. Pero la confianza con el tiempo crece y después de un beso la tensión también. Ya no somos los adolescentes echados en un camarote ansiosos por el primer beso, tenemos 24 y 23, los dos hemos vivido aunque cada quien por su lado, y sin planearlo estamos nuevamente en la habitación de su hermano, solos otra vez pero en esta ocasión él está en una de las camas y yo en el piso, buscando enfriar el cuerpo y la mente también, mientras finjo interés en el primer episodio de Stranger Things e imagino cómo sería si me atreviera a echarme en ese espacio que ha dejado entre él y el borde de la cama.

Pasan cuatro meses y estamos juntos en Iquitos. Otra vez somos sólo él y yo. Esta vez él vive solo en pequeño departamento. Me invita y son 4 noches las que sabemos que vamos a compartir. Nunca hemos estado tanto tiempo a solas y tan lejos de todo. De pronto estamos conviviendo cinco días, descubriéndonos el uno al otro, ya no como adolescentes ni como amigos, seguimos siéndolo pero ahora hay más. Hay duchas juntos llenas de risas y música, citas a lugares bonitos vestidos y hablando como adultos, hay campamentos en medio de la selva lejos del wifi pero más conectados que nunca. Sin darnos cuenta hablamos de miedos, de sueños, del pasado, de eso que no le muestras a nadie. Despierto en la madrugada, con besos en la oreja y unas manos que quieren seguir conociéndome más a fondo, sonrío y no quiero que se acabe. El asombro por esto que siento se mezcla con el asombro de recorrer juntos un nuevo lugar y soy como una niña encandilada viviendo cosas por primera vez. Me doy cuenta que viajar y compartir hacen que te enamores el doble. Madrugo el último día y antes de ir al aeropuerto le damos muy buen uso a lo poco que nos queda de tiempo. Al terminar me abraza, sonrío y pienso en cómo han pasado diez años, cómo es que su mirada conecta tan bonito y tan intensamente con la mía, y cómo después de probarlo no puedo sacarle las manos de encima. Sonrío otra vez. No quiero que se acabe.

Han pasado ya ocho meses de ese viaje y casi dos semanas desde la segunda vez que estuve allá. Los recuerdos me llenan de felicidad, las bromas que tenemos aparecen en mi mente sin querer y me descubro riendo sola, la complicidad que existe entre él y yo nos ha llevado a una diferente etapa y la confianza que tenemos me hace sentir a salvo, segura. Es mi mejor amigo y mi mejor amante. Lo pienso y sonrío y no quiero que se acabe.

Sonrisas

La complicidad, las sonrisas de tontos, las bromas que tenemos y que nadie más entiende, las conversaciones adultas, las ganas de llenarte de besos al escucharte hablar con tanta pasión sobre lo que amas, la paz con la que me calmas, las risas en la ducha, las ganas que nos tenemos, el ser sólo los dos en la ciudad, las cosas en común (y las diferencias aún más). No sé cuál de todas estos recuerdos (nuestros recuerdos) me hacen poner la sonrisa más tonta (y la más sincera).

Al pensadero

Tengo tres recuerdos nítidos que me ponen la sonrisa brillante y sacan mi lado más infantil:

  • Tú y yo, esa noche luego de esa cena en la pizzería bonita, con el vestido de lazo en la espalda. No necesito decir más.
  • Tú y yo caminando apurados para no perder el tour del día, sonríes, me miras y me dices:

– ¿por qué eres tan dormilona?
– ¿yo? tengo el sueño ligero – respondo confundida
– Mentira, intenté despertarte a media noche y…
– ¿y para qué? – sonrío mirándote a los ojos porque la respuesta es obvia
– Ya hiciste que recordara para qué… – lo acomodas sonriendo, sonrío yo también mientras te veo hacerlo y te beso entre risas.

  • Yo arrodillada en tu lado de la cama, tú parado frente a mí sosteniendo con ambas manos los rulos, en ese entonces recién cortados, me das un beso en el pómulo y me susurras «qué lindo te queda el cabello corto».

Fórmulas

Cuando eres pequeñx y por alguna razón te sientes triste y decides contárselo a algún adulto, por lo general te responden «espera que seas más grande, eso no es nada». En ese momento no tiene sentido, ¿qué puede ser peor que todos vayan a la fiesta menos tú o que te hayas caído delante de todos en clase de educación física?

Y sí, la verdad es que eso no es nada. Parece que fuera una ley, como si una hada madrina te siguiera y se encarga de calcular el tamaño de tus problemas o golpes en base a la edad, la cantidad de «golpes» y la magnitud de ellos… todo elevado al cuadrado y ¡bibidi babidi bum!

A veces quieres ser niña otra vez, huir, hibernar, ponerte en pausa, tener el giratiempo de Hermione. Otras veces sólo sigues, acostumbrada, cada vez más fuerte, más sabia, a paso firme y sin prisa porque ya sabes que en cualquier momento vuelve de nuevo y bibidi babidi bum.

 

Charlie

Era mi primer día en la escuela como profesora. Eran las tres de la tarde cuando salí del salón y me encontré con Charlie trepado como monito de la baranda con medio cuerpo en el aire. Lo vi, me asusté, le pedí que por favor se bajara indicándole que podía hacerse daño a lo que él respondió de forma majadera: ¿y a ti qué te importa?.

Mi buen humor hizo que no siguiera con esa conversación y fuera a buscar a una persona que lo conociera para que hablara con él ya que no quería exponerme a respuestas más groseras. Charlie se sorprendió de mi reacción, debe haberle sorprendido que no le rogara, que no le gritara por malcriado o de que no lo bajara a golpes, así que decidió bajarse solo y me siguió. Bajamos las escaleras mientras él me preguntaba mi nombre y yo el suyo. Feliz por el nuevo amiguito de 7 años que acaba de hacer y con un poco más de confianza le pregunté dónde estaba su papá y por qué el estaba solo en un colegio de secundaria y él me respondió con toda la naturalidad de un niño «Abajo. Borracho.». Traté de disimular la sorpresa porque en la sierra muchas veces eso es común y le pregunté por su mamá. El frío que recorrió mi cuerpo luego de escuchar el «muerta» de Charlie fue muy intenso, me pregunté por qué Dios me había hecho tan preguntona. Esos minutos en los que no sabes cómo continuar con una conversación, en los que piensas qué es lo que se debe decir, si disculparte o seguir preguntando, se me hicieron larguísimos y creo sin duda que ese fue uno de mis primeros golpes con la realidad.

Le ofrecí a Charlie galletas y nos fuimos conversando a la tienda, como si nada hubiera pasado, como si la pregunta tan incomoda no se hubiera pronunciado, como si no acabara de recordar que su madre había muerto, mientras yo no dejaba de pensar en eso. Ahora tenía sentido que un niño de 7 años andara con la ropa toda sucia y rota, en un colegio de secundaria colgando de un segundo piso y respondiendo de forma majadera a todo aquel que le diera una orden.

Desde ese día Charlie fue a visitarme al colegio por las tardes al menos dos veces por semana, jugábamos en la biblioteca, ordenábamos los libros en series para practicar las multiplicaciones que le hacían en la escuela, comíamos golosinas y leíamos.

Después de tres meses, el día que me fui él se despidió de mí como si nada, como si no fuera a extrañarme, como si no hubiera compartido conmigo y tuve que pedirle un abrazo porque yo sí lo necesitaba y lloré.

Hace tres días volví a verlo, le lleve ropa, juguetes, comida, desayunamos juntos, caminamos, nos reímos y también tuve que volver a llorar cuando volví a despedirme de él. Pero esta vez no fue igual, esta vez hubieron promesas de por medio, una visita al año a cambio de estudios y obediencia. Ahora sabe que no lo dejé yo también, que no tiene que hacer tan duro a su corazón desde tan chiquito, que así como la vida te quita también te da. A él sin duda le ha quitado más que a mí y a mí sin duda me ha dado más que a él. Me ha dado a Charlie y una promesa que no voy a romper.